EL CUADERNO DE PEDRO PAN

Festival de Pollença: el ayer (Vivaldi) maridado con el presente, una opción audaz

El conjunto de cámara italiano Il Giardino Armonico clausuró la 59 edición del certamen

La violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, que está revolucionando la escena internacional, dio todo el sentido a la propuesta

festival pollença
Il Giardino Armonico clausuró la 59 edición del Festival de Pollença. MICER

El Festival de Pollença tenía una deuda contraída con  que había sido llamado para clausurar la 59 edición, precisamente en el año más duro de la pandemia. El conjunto de cámara italiano fundado en Milán en 1985 había visitado el Festival por primera vez en el año 2001 y esta nueva visita en agosto de 2020 algo tenía de llamada de socorro, puesto que en la práctica los escenarios europeos permanecían cerrados bajo llave y escasos eran los festivales que se atrevían a programar contra viento y marea, hasta el punto que el Festival de Pollença fue uno de los primeros en negarse a la consideración de cancelar la edición de 2020, sirviendo su ejemplo para que otros festivales de renombre decidieran seguir sus pasos.

Las normas anticovid eran muy restrictivas en cuanto a los aforos, incluso al número de músicos en el escenario. Era desolador ver el claustro de Sant Domingo sometido a severas medidas de seguridad aunque por lo menos el Festival de Pollença era una realidad, un oasis en aquella sequía musical.

Fue una edición singular que ponía de relieve la imperiosa necesidad de los músicos de recuperar su contacto con el público y una vez más la calidad se imponía autosuficiente en la programación. Pero llegó la noche de clausura y la lluvia lo echó todo a perder. Pese a ello el quinteto que representaba Il Giardino Armonico saltó decidido al escenario consiguiendo tocar las tres primeras obras del repertorio, hasta que el agua alojada en el baldaquino no hizo posible continuar. Entonces titulé la crónica de aquella noche Final pasado por agua, diluye Il Giardino en los canales del empedrado de Sant Domingo. Dos años después, la noche del 24 de agosto, la cerrada ovación bastante prolongada por cierto, recibiendo a Il Giardino Armonico venía a ser un gesto de inmensa generosidad por su comportamiento el año 2020.

Permítanme esta larga exposición previa, porque el momento se lo merecía. De paso recordar la secuela de aquel incidente: fuimos testigos de la última velada con el baldaquino coronando el escenario durante décadas.

Si en la visita anterior la intención era ofrecer un recorrido por la escuela veneciana, esta vez la apuesta era darle máximo protagonismo al violín en una suerte de maridaje entre el pasado encarnado por Vivaldi y el presente representado por un puñado de compositores italianos que tienen en común la inclinación por la música electrónica y la pedagogía. Para escenificar el repertorio la opción fue igualmente audaz intercalando obra contemporánea sin apenas solución de continuidad con los conciertos de Vivaldi.

Pero había otra sorpresa aguardando y que además le daría todo el sentido a la apuesta. Me refiero a la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, una solista a la que se le reconoce estar revolucionando la escena internacional desde el momento en que su manera de tocar el violín se entiende como un sello distintivo: «Rango extremo de suave a duro, de melifluo a salvaje» y así lo comprobamos desde el primer momento en Sant Domingo. Su buena química con esta orquesta de cámara se debe a colaboraciones habituales, como también lo hace con Akademia für Alte Music Berlin, una formación de cámara que también visitó Pollença en la edición de 2002.

La respuesta a por qué Kopat aparecía descalza en el escenario es sencilla ya que responde a una anécdota bien conocida: un día se olvidó de llevar sus zapatos a un concierto y desde entonces repite el olvido, incluyendo un descubrimiento: «Sentir la música de la orquesta bajo mis pies la verdad es que fue una grata experiencia». Verla salir calzada después del bis, era la señal de que la velada había llegado a su final.

La propuesta de Giovanni Antonini, director de Il Giardino Armonico, era profundizar en las aportaciones de Antonio Vivaldi como virtuoso que era del violín en el enriquecimiento de los solos y los concertantes de cuerda, una dinámica perfectamente vigente en el presente y es aquí donde jugaba un papel determinante la moldava Kopat: su extrema destreza para llevar el violín a territorios hasta entonces poco habituales y tan bien reflejados en la selección de compositores contemporáneos, de manera que intercalar entre los dos primeros conciertos Spicatto de Luca Francesconi era acomodar un solo virtuoso que no soportaríamos en otro emplazamiento y en cambio aquí cuadraba a la perfección. También había lugar a singularidades como Incanto XXIII, originalmente una pieza de Simone Movio para recorder y violín escrita el 2020 y aquí adaptada para flauta y violín, interpretada desde un rincón del escenario mientras la orquesta de cámara se limitaba a observar en silencio.

Acto seguido Kopat acudía pausadamente para integrarse en el conjunto y atacar un nuevo solo virtuoso inclasificable, Capriccio número 2, debido a Salvatore Sciarrino, convertido ahora en preámbulo del tercer concierto.

En la segunda parte se repetiría el esquema con nuevos maridajes, si bien el momento sorpresa llegó con la parodia asociada a Estroso, de Aureliano Cattaneo, hasta alcanzar un cierre de velada con ese magnífico Moghul de Vanni Sollima, que tan bien iba a casar con el Concierto Il Grosso Mogul llamado a cerrar la velada. Incluso el único bis, breve pellizco a la serie de 44 duetos de violín compuesta por Béla Bartók en 1931, nos regresaba a la adaptación para flauta y violín ya ensayada por Antonini y Kopat en la primera parte. En definitiva, amables transgresiones recorrieron la noche y un repertorio contemporáneo, que no hubiese llamado nuestra atención en otras circunstancias, esta vez se crecía como parte de la leyenda.

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